Fin de semana en la montaña II

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Noviembre de 2009

   Fin de semana en la montaña

   Aquella mañana, como de costumbre, Meritxell se levantó muy temprano y, para no despertar a los demás integrantes de la unidad familiar, caminó sigilosamente hacia las escaleras y comenzó a bajarlas con tanta cautela como lo harían quienes tratasen de escabullirse de una prisión de alta seguridad, a hurtadillas. Al llegar a la altura de cocina, tras girar la dorada manecilla, pulsó el interruptor para que se hiciese la luz, recogió de la mesa el mando a distancia de la persiana y presionó la tecla de subir «¿Cómo?», pensó mientras repetía la operación; pero a pesar de pulsar reiteradas veces, no hubo forma de conseguirlo «¿Qué coño pasa aquí?… Si hay luz, ¿por qué no funciona esto?», pensó mientras se dirigía hacia la puerta principal que daba paso al exterior, tras comprobar que no se podía acceder a la terraza a través de la ventana balconera por el mismo motivo. Un minuto le costó liberarla de los cuatro puntos de seguridad que ofrecía el blindaje, la causa no fue otra que evitar el estertóreo y molesto ruido que lleva implícito este tipo de puertas. Al abrirla, un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo:  durante la noche había estado nevando y la altura de la nieve cubría justo hasta la mitad del segundo peldaño del porche. Sin salir del umbral, agarrada al quicio de la puerta con su mano izquierda y levantando la misma pierna evocando a las bailarinas en las pistas de hielo y estirando el cuello como si fuera el Inspector Gadget, pudo descubrir que sobre el alfeizar de ambas ventanas había una enorme cantidad de nieve helada y dedujo que eso era lo que impedía el funcionamiento del mando a distancia. Al recuperar la postura, miró a los alrededores de la urbanización y sus ojos adquirieron un brillo especial, se dibujó una sonrisa se en la comisura de sus voluptuosos labios y, de repente, al recibir una gélida ventisca sobre el rostro, se estremeció de nuevo y cerrando la puerta regresó a la cocina. Una vez allí, rellenó el depósito de agua de la cafetera eléctrica, sobre el filtro depositó media docena de cucharas colmadas de café molido, se aseguró de que todo estaba listo, pulsó sobre el rojo botón y la puso en funcionamiento, mientras terminaba de hacerse el café, en una sartén preparó unas rebanadas de pan tostado con la finalidad de preparar pan con tumaca y jamón.

   Después de desayunar condujo sus pasos hasta el salón-estar con la intención de encender la chimenea, abrió la tapa para introducir unas hojas de periódico que previamente había arrugado, colocó junto al papel tres pastillas de keroseno, abrió la caja de cerillas largas, cogió una y, tras pasarla enérgicamente sobre la raspa, logró encenderla a la primera y la arrimó al papel durante unos segundos y, una vez que prendieron, arrojó sobre estos unas astillas y, una vez que el fuego cogió un poco de alegría, comenzó a introducir la leña más o menos siguiendo las instrucciones que en su día le fueron explicadas por Andrés, después la cerró y mientras la casa se iba calentando se fue hacia el aseo y, tras despojarse de sus vestiduras, descorrió hacia la derecha la hoja de la mampara, graduó la temperatura del agua y, sin más preámbulos, se metió bajo la ducha con la tranquilidad y el sosiego que se siente cuando terceras personas te felicitan por haber realizado un trabajo bien hecho.

   Diez minutos después, corrían despavoridos escaleras abajo, chillando y gritando, los que hasta entonces dormitaban: «¡Fuego! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Qué se quema la casa!». Alertada e intrigada por lo que se entreoía bajo el cálido chorro de agua, Meritxell salió del aseo como su madre la había traído al mundo y, a pesar de la irrespirable y opaca humareda, se atrevió a ir hasta la chimenea para cerciorarse de que la había dejado cerrada. Tras comprobar que solo se trataba de humo sintió un gran alivio a pesar de las circunstancias en que se encontraba y comenzó a gritar con todas sus fuerzas mientras se dirigía hacia la puerta principal: «¡Falsa alarma! ¡Falsa alarma! ¡Chicos no temáis!

   Una vez recuperados del susto.

   —Escuchadme bien chicos —dijo Alberto—. Tenemos que subir para abrir todas las ventanas y dejar esta puerta abierta para que el humo salga cuanto antes.

   Acercándose a la chimenea, Alberto descubrió el motivo del asustadizo episodio: el tiro de la chimenea se hallaba cerrado, posiblemente, como consecuencia de no haberle dejado en posición totalmente en vertical mientras la llama cogía fuerza y una vez recuperados de la angustiosa situación, la familia al completo, salió a la calle y comenzaron a lanzarse unos a otros las típicas bolas de nieve y, después de divertirse un buen rato, al entrar en la vivienda, para curarse en salud pusieron en funcionamiento la caldera de gas.

   La llegada de las primeras nevadas provocó en la unidad familiar un enorme deseo de aprender a esquiar y, con esa intención, se desplazaron hasta la estación Puigmal, ubicada en plena Cerdaña, el más alto dominio esquiable de los Pirineos con pistas que alcanzan los 2700 m. con una garantía de nieve y de sensaciones extraordinarias. Cuenta con 320 hectáreas de superficie y con un inmenso macizo nevado en un sector salvaguardado en el que alternan bosques y grandes espacios. Es una estación en plena naturaleza con paisajes que le dejaran sin respiración, una estación para todas las formas de desliz, con zonas adaptadas a las nuevas tendencias del esquí y del desliz sobre la nieve.

   —Hola, buenos días —dijo Alberto al situarse frente al recepcionista— quisiera me explicase que hay que hacer para aprender a esquiar.

   —Aquí, como en cualquier otra estación, disponemos de personal especializado para impartir cursos para principiantes y técnicas para los más avanzados, es decir, aquellos que cuentan en su haber con los conocimientos básicos.

   Alberto se giró hacía sus acompañantes y les brindó una mueca de satisfacción.

   —¿Y qué hay que hacer para formar parte de los cursillos?

   —Inscribirse cumplimentando este formulario, adjuntar una fotografía reciente tamaño carné, traer buena disposición y venir bien desayunados: todo lo demás, previo pago, se lo procuraremos nosotros mismos.

   Alberto dirigió la mirada hacia atrás y observó

   —¡Vaya! —dijo mirando al empleado, poniendo cara de buen chico—, me imagino que sin foto no podremos, ¿verdad?

   —Sí así es, pero no se preocupe se imparten clases durante toda la temporada.

   —Ya habéis oído: nada podemos hacer al respecto; pero os prometo qué, la próxima vez que subamos a Osséja vendremos preparados para disfrutarlo como merecemos —explicó después de haberse despedido y retirado del punto de información.

   Esposa e hijos invadidos por la desilusión asintieron una sola vez bajando la mirada y la cabeza al mismo tiempo; pero a pesar de la pésima situación, optaron por pasar el resto del día disfrutando del esplendoroso día y de las demás posibilidades que ofrecía la estación.

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Lago de Matemale

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   A eso de mediodía, al llegar a Matemale, el sol se hallaba entre nubes y claros… Y junto al acceso principal, como habían quedado el día anterior, les estaban esperando Andrés y Ana María y, tras dar por finiquitados los pertinentes saludos, besos, abrazos y felicitaciones, entre todos trasladaron los comestibles y bebidas hasta la zona de pic-nic y barbacoas, y aprovechando que otra familia había terminado de asar y las ascuas estaban en pleno apogeo comenzaron con los preparativos culinarios. El aire se hizo notar con remolinos y cambios bruscos de velocidad, a medida que había ido transcurriendo la mañana, el cumulonimbo había alcanzado su máximo esplendor, el sol quedó oculto por completo y aparecieron los primeros relámpagos.

   —Mal se está poniendo —dijo apenada la cumpleañera.

   —Tranquila cariño, he presenciado situaciones peores que esta y al final el aire terminará desviando la tormenta, además de que esto ya está a punto de caramelo —indicó señalando con el mentón hacia la parrilla.

   Empezaron a picotear sobre las ensaladas mixtas, mientras se terminaban de asar las últimas piezas, y, cuando el cielo se oscureció aún más, aparecieron los primeros relámpagos. «¡Santa Bárbara Bendita…!» —dijo a la par que se santiguaba Meritxell y, sin dejarla terminar la frase, volvió a sobrecogerla el fragor un trueno más hondo, poderoso y cercano que los anteriores y, alimentos, comensales y utensilios fueron bombardeados por las gélidas y violentas ráfagas de granizos. Prestos recogieron todo cuanto pudieron y salieron zumbando para protegerse en los vehículos. La tormenta se explayó durante veinte interminables minutos, corrieron entre los gritos y la multitudinaria estampida de personas que como ellos trataban de ponerse a salvo de la desmesurada saña ejercida por el catastrófico y devastador pedrisco. Empapados, con los cristales empañados, aguardaban a que escampase para terminar de recoger el resto de la fracasada barbacoa.

   Al salir de los vehículos, el panorama que se encontraron al legar a la mesa era desolador: ramas rotas, hojas destrozadas, granizos y tierra se habían mezclado con los alimentos, nada se libró del cruento ataque meteorológico, excepto las bebidas. Unos y otros se miraban con desilusión al tiempo que se encogían de hombros diciendo: «¿Y qué podemos hacer?».

   —¡Venga, vayámonos!, que aquí no tenemos más que hacer  —resolvió sin poder evitar que la voz se quebrara y los ojos se inundasen, aquella que detestaba los días de lluvia.

   Los demás asintieron y, a excepción del cambio que reflejaban sus rostros y ademanes, del mismo modo que habían llegado, se marcharon.

   Una vez en casa, mientras los demás se cambiaban de atuendo y se ponían cómodos, Meritxell sacó dos pizzas congeladas, las horneó y «como a falta de pan buenas son las tortas» al terminarlas: «Que ricas están, ¿vedad?» —dijo intentando romper el silencio que se había instaurado. Ana María y Andrés asintieron sin pronunciarse.

   —¡Bah! para esto mejor que nos hubiésemos quedado en casa —dijo con tono despectivo Alejandro.

   —¡Cállate!, estúpido. ¡Qué cada vez que hablas sube el pan!  —exclamó Patricia.

   —Calma, calma. Tengamos la fiesta en paz ¡Por favor! —dijo Alberto, haciendo los ademanes correspondientes al principio y al final de su intervención.

   —No es necesario que descorches el vino, prefiero tomar cerveza  —indicó Andrés.

   Meritxell apenas probó bocado, se levantó y dirigió sus pisadas hacia el frigorífico, lo abrió y se inclinó para recoger una tarta de chocolate que ella misma había preparado el día anterior.

   —Bueno, chicos… al menos no lo podemos dar todo por perdido… ¡gracias a que se me olvidó recogerla esta mañana, se ha librado del maldito pedrisco! —manifestó con tono festivo.

   A excepción de Alejandro, al resto de comensales se les alegró tanto el rostro como la vista.

   —Pues, no sé dónde está la gracia: si total, desde el principio su destino era ser devorada —expuso, y razonó con ironía, Alejandro.

   El resto, sin prestarle atención, continuó degustando el dulce final, sin más.

   Alejandro, por el contrario, con la amarga sensación de quien tras un largo y trabajado discurso escucha «a palabras necias…», se levantó malhumorado y escaleras arriba se encaminó hasta su cuarto, una vez allí, se colocó los auriculares y se estiró sobre la cama en decúbito supino. Unas horas después, Andrés y Ana María regresaron a casa y los demás, siguiendo los pasos de Alejandro, se marcharon a dormir[…].

*****

 

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Puigcerdá

 

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12

 

 

Junio 2009

   Meritxell se despertó muy temprano, bajó las escaleras intentando amortiguar cada uno de sus pasos, y, al llegar a la planta baja, se dirigió hasta la cocina. El silencio, a esas horas, solo era irrumpido por el trinar de los madrugadores pájaros. Se acercó hasta el ventanal, pulsó el botón para subir la persiana y, haciendo uso del tirador para descorrer las cortinas, observó que el color del cielo en vez de azul era blanquecino. Exhaló un suspiró y resoplando sorda y reiteradamente depositó la cafetera sobre la vitrocerámica y, mientras se terminaba de hacer el café, en una sartén puso un poco de aceite para tostar un par rebanadas de pan, peló y cortó un diente de ajo para restregarlo por las rebanadas y, después de hacer lo mismo con un tomate, bien maduro, las roció con un hilo de «oro líquido», vertió un tercio del negro y amargo café en un tazón y, tras agregar un poco de leche fría para que se templara y  azúcar al gusto, se dispuso a desayunar con la más absoluta serenidad.

   Pasado un tiempo, se dirigió al salón y se sentó sobre un sillón de tela negra, con forma de balancín, con los apoya brazos en madera de roble laqueados con barniz incoloro, frente a una fría y moderna chimenea. Sentada en el cómodo asiento, mientras hacía tiempo para que los demás se despertasen, comenzó a teclear de manera frenética en el regazado portátil. Actividad que cesó de manera repentina al escuchar como el triunvirato familiar irrumpía en el acogedor y tácito lugar entonando el cumpleaños feliz. Se levantó emocionada y, tras los besos, abrazos y felicitaciones, retornó a la cocina y, reproduciendo los mismos pasos, preparó el desayuno del trío cantor.

   Una vez que terminaron de engullir el tradicional, nutritivo y saludable almuerzo, tras recoger los utensilios e introducirlos en el lavavajillas, la familia al completo se metió y acomodó en el bermejo Avant y pusieron rumbo a la población. Durante el recorrido, Alejandro y Patricia se entretuvieron con los móviles, él escuchando música y ella jugando con uno de los juegos que tenía instalado. Alberto permaneció en silencio y atento a la carretera y Meritxell insertó el Módem USB en la ranura de su portátil y estuvo leyendo las felicitaciones que sus ciber amigos le habían dejado por las Redes Sociales donde habitualmente interactuaba. Al llegar a Puigcerdá, Alberto detuvo y estacionó el vehículo junto a la entrada de un centro comercial y al apearse de este:

   —Alejandro, ve a buscar un carro —dijo Meritxell al tiempo que le entregaba una moneda.

   —¡Jo, mamá! ¿y por qué tengo que ser yo?

   —¿Ya estamos protestando? Te pido por lo que más quieras que no me des el día, ¿vale?…

   —Calma, calma ¡por favor!… que ya voy a buscarlo yo —suplicó Alberto, haciendo los ademanes pertinentes con las dos manos.

   Patricia miró a su hermano y con la mano vuelta y el puño cerrado hizo el gesto de jódete, asintió un par de veces con la cabeza y continuó con la interesante partida del móvil.

   Al entrar en el establecimiento, Alberto y Meritxell se dirigieron hacia la sección de carnes y aves, Alejandro a la de música y Patricia a la de videojuegos. Media hora después, tras ponerse en contacto vía móvil, se encontraban depositando los artículos sobre la cinta de la caja 1: tres saquetes de carbón, una bandeja con seis contramuslos de pollo, otra con seis butifarras blancas, media docena de hamburguesas, dos tiras de costillas de cerdo, tres morcillas de  arroz cebolla y piñones, dos bolsas de ensalada picada, 1 kilo de tomates maduros, dos botes de aceitunas rellenas, dos cebolletas, una cabeza de ajos, una botella de aceite de oliva, otra de vinagre, una bolsa de sal gorda, tres botes de especias, una enorme sandía, un pack de latas de refrescos, otro de cervezas, un kit de platos, vasos y cubiertos desechables y dos bolsas de hielo. Al salir del supermercado, Meritxell miró hacia el encapotado cielo.

   —¡Jum! No sé yo…

   —¿Cómo dices cariño? —consultó Alberto.

   —Que no sé, si al final podremos llevar adelante lo planificado  —respondió señalando hacia la bóveda celestial.

   —No te preocupes, cariño, si lo dices por las nubes: lo mismo que han venido se irán —dijo al tiempo que accionaba el mando a distancia y se inclinaba para abrir el porta equipajes, apartó con cuidado las dos botellas de vino tinto, Clos Mogador del 2003, que él mismo había introducido antes de sacar el vehículo del garaje, extrajo una nevera portátil, la abrió, rompió y vertió en esta una de las bolsas de hielo, introdujo los dos packs de latas y repitiendo la misma operación vació el resto de los hielos, le puso la tapa, la introdujo en el maletero y pusieron rumbo al destino—: Incluso puede que allí el día no esté igual que aquí —dijo para animarla.

   —Sí, claro. También soy consciente de ello.

 

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Capacitada para crear mundos paralelos

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Lunes, 3 de mayo de 2009

¡¡¡Felzi y contenta!!! Hola amaigos…. Ayer regresamos de Osséja, (Francia). Hemos estado druante todo el puente disfurtando de ese espectacular lugra y ¿sabéis que?….. nos ha gustado tanto a mis hijos, mi marido y a ím.. que esta mañana hemos acudido Alberto y yo a firmar el contrato de compra-venta de un hermoso palacio que está ubicado en los Pirineos Orientales… de momento, tenemos pensado pasar allí las vacaciones estivales; pero tranquilos, ya os iré infromando más adelante… Para ím es un ogrullo contar con una capacidad inventiva tan desarrollada como la mía.  No tengo más que sentarme, en cualquier lugar, con mi portátil en el regazo y mis ágiles deosd comienzan a teclear de manera fernética toda la información que estos reciben a través de los puntos de unión que existen entre ellos y las neuronas de mi mente hipreactiva. A pesar de la rapidez con la que escribo hay algo que seimpre se cumple en todas mis novelas.  Al final, cuando decido poner el punto y final de la historia, seimpre termino llorando, les cojo tanto cariño que… pero menos mal que enseguida se me pasa y comienzo a ir conociendo a los nuevos personajes que se manifiestan en mi cabeza y tras darles una personalidad convincente comienzo a darles esa vida que me suplican gritando….. Escirbir, para ím se ha convretido en una necesidad al igual que lo son el respirar, el comer o el dormir. Ayer, alguien me preguntó que como inventaba las tramas y para ser sincera es algo que ni yo misma sé y es mi cabeza la que de manera autónoma se encarga de todo. Espero conseguir los lectores suficientes para ser reconocida porfesionalmente cómo escritora… » La verdad es que me gustaría ver las caras de todas aquellas personas que a la primera de cambios aprovechaban para decirme que no sería capaz de escirbircómo en su dia me lo hicieron saber mis profesoras» Gracias a mi preseverancia he podido superar muchos traumas y aprendido a escirbir correctamente. Fue a partir de conocer a mi agente literario y seguir al pie de la letra todos y cada uno de sus consejos y desde entonces seimpre leo, releo y corrijo cada uno de mis escirtos para facilitar la lectura a mis lectores y seguidores del blog.

Publicado por Meritxell en 7.07 am.

Comentarios:

Estoy convencido de que cualquiera que se preste a leer esta entrada, concordará conmigo en que, por lo que aquí se puede leer: esta chica no necesita abuela…

Publicado por Anónimo en 8.23 am. 

Responder:

No se a que viene ese comentario tan fuera de lugra. ¿Podrías expilcarte mejor? Para algnuas cosas soy «crotita«….

Publicado por Meritxell en 10.01 am.

Responder:

Es por todo, y por nada en general; pero vamos, tómatelo como lo que es: una opinión, sin más…

 

Sábado, 16 de mayo de 2009

¡¡¡Como pasa el teimpo!!! Hola amaigos. Ya han pasado cuatro años desde que acudí por primera vez a la agencia literaria…. Con la intención de conseguir mi principal sueño ¡la meta que me fijé siendo niña!  Es muy duro para mi comprobar que los años siguen pasando y que aún no he alcanzado mi sueño…. ¡Soñar es tan barato y tan eficaz!….. Recuerdo que estaba tan nervoisa que me temblaba el labio inferior. Mi estómago era persionado por un enorme nudo que no me dejaba ni respirar. Recuerdo que, al llegar a la puerta, necesité una gran dosis de autocontrol para refrenar aquella ansiedad sin precedentes. Mi mente hipreactiva y fantasiosa comenzó a construir castillos en el aire…… Iba cargada de historias e ilusiones. Recuerdo que estuve reunida con mi agente literaria más de una hora en el despacho. Hacía un calor insoprotable, pero yo aguanté como un verdadero Titán. Presté tanta atención a mi agente literario que me quedé boquiabierta y babeando por la comisura de mis volputuosos labios….

Recuerdo que ella insistió en que yo tenía que leer mucho y me recomendó una veintena de libros que según ella me ayudarían a pulimentar aún más mis fantásticas novelas. Me puse enseguida con ilusión, sin reparar en recursos ni intenciones. Le compré unas encuadernaciones para comenzar…. Me lei miles de libros y subrayé todas las frases que me llamaban la atención…. Me meti tan de lleno en el asunto que incluso contraté durante más de un año a Federico, un profesor que me ayudó a pulir una de mis maravillosas novelas. Estudié frenéticamente otrografía y desde entonces, cada escirto que escirbo, lo crorijo una y otra vez hasta dejarlos libres de faltas de otrografía y tipografía. Solo así es como se puede llegar lejos en esto de la literatura.

¡Llevo tantos años en esta senda! Pero se que la vía directa para lograr mi sueño es el tesón, la costancia, la ilusión y la cerdibilidad en uno mismo…. Pero no me voy a rendir asi cómo asi….. seguiré caminando sin importarme cuantas veces tenga que tropezar y volver a levantarme tal cual si fuera el ave fenix. ¡Os deseo un felzi dia a todos los que me seguís en el blog!

Publicado por Meritxell en 7.07 am. 

Comentarios:

 

He de reconocer que no dejas de sorprenderme con tus aportaciones. Por un lado, dices que ser escritora es tu principal meta o sueño; luego, después, exclamas que soñar no cuesta dinero y, a continuación, dices que compraste unos cuadernos y que contrataste a un profesor durante una larga temporada… Tengo la sensación de que ni siquiera eres consciente de lo que escribes. Más que nada, me baso en las evidencias que muestran tus propias contradicciones. Te permites gritar a los cuatro vientos que soñar es gratis y admites que a ti te cuesta dinero, no dices cuánto, pero imagino que será una cantidad considerable, al menos con el profesor… Lo que no me queda muy claro en tu farragosa aportación es con respecto a lo de la «costancia» no sé si lo dices para dejar claro que te cuesta dinero o por ser perseverante. En cuanto a que lees y corriges antes de subir el escrito, he de decirte que no acabas de convencerme.

 

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Retorno a Barcelona

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   El domingo, ambas familias habían acordado, en la víspera, dedicarlo al relax. El cielo amaneció de un azul intenso, la temperatura era tan agradable que invitaba a pasear. Alberto consultó a los suyos y se animaron a disfrutar tanto del espectacular día como de las últimas horas por las inmediaciones del lago de Osséja. Se estaba también por allí que, sin darse cuenta, se hizo la hora de comer. Entraron en el restaurante, se metieron entre pecho y espalda: de primero una contundente y sabrosa ración de mar y montaña; de segundo, lubina a la brasa rociada con vinagre y ajos refritos, para acompañar tomaron cerveza los adultos y refresco de cola los jóvenes; de postre, optaron los cuatro por una porción de tiramisú. Durante la sobremesa, además de tomar café, Alberto y Meritxell, tras compartir con sus hijos una breve y efusiva conversación, acordaron por mayoría absoluta que sí. Alberto sacó su móvil del bolsillo y marcó un número:

   —¡Dime, campeón! —respondió Andrés, tras descolgar y haber reconocido el número que aparecía en la pantalla.

   —¡Oye, que sí! —exclamó Alberto.

   —Que sí, ¿qué?

   —Mañana, a primera hora, me pasaré por tu despacho para tramitar la documentación.

   —Perdona, pero no sé de qué me estás hablando.

   —Que nos quedamos con la casa.

   —No creerás que te he invitado a pasar el fin de semana con el propósito de realizar una operación mercantil, ¿verdad?

   —No me creo nada. Hace años que le prometí a Meritxell que con el tiempo tendríamos nuestra casa de campo y que mejor lugar que este para llevarlo a cabo.

   —La verdad es que no tenía en mente el venderla, pero bástese que seas tú el interesado, creo que podremos llegar a buen puerto.

   —Bueno, pues nada. Nos vemos en Barcelona.

   —Adiós, adiós ¡Hasta mañana!

   —¡Chist! ¡Chist! —dijo Alberto, al tiempo que levantaba la mano para llamar la atención del camarero que les había atendido.

   —Buenas, ¿deseaba algo más, señor? —saludó, y consultó con voz clara el joven mesero.

   —Sí, cuando pueda me trae la cuenta.

   —Un momento por favor.

   Regresó en menos que canta un gallo, depositó sobre la mesa el típico platillo con el tique, Alberto lo miró, se levantó para extraer la billetera del bolsillo trasero de su pantalón vaquero y le entregó el importe de la factura más diez euros.

   —¡Muchas gracias, señor!

   —A usted por el buen servicio, y felicite también a los de la cocina de mi parte… —agradeció y, seguidamente, indicó a los suyos—: ¡Venga!, todos en pie, que nos vamos para Barcelona.

   —¡Qué tengan buen viaje señores! —dijo luciendo una sonrisa sincera el servicial joven.

   Y, sin más preámbulos, salieron del establecimiento, condujeron sus pasos hasta el aparcamiento y, tras introducirse en el vehículo, ponerse cómodos y abrocharse los cinturones de seguridad y del mismo modo que habían llegado, tres días antes, se marcharon…

 

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